jueves, 17 de diciembre de 2009

La verdadera historia de por qué soy daltónico


Una vez, en una de mis rondas por el Parque Nacional Ngoro Ngoro (en África por supuesto) me crucé con un mandril que buscaba unas bayas en el suelo. Con mucha cautela me acerqué al animal paso a paso, sin mirarlo a los ojos. Dice la tradición Swahili que si un mandril te mira a los ojos ves todo en blanco y negro por el resto de tu vida y además no podes dormirte antes de las 2:59am ¡nunca! Por eso decidí no arriesgarme y me acercaba mirando el piso. En eso, cuando estaba a tan sólo unos metros del primate veo en la tierra, medio oculto entre unas raíces del pasto, un pequeño escarabajo arrastrando una bolita de popó. “Oh, qué escarabajo tan simpático” me dije a mi mismo, y en mi distracción no noté que el mandril se me había acercado, y con el susto que me di, además de pegar un grito de mina terrible; lo miré a los ojos…

¡La leyenda era cierta! Todo se volvió blanco y negro. El mono maldito salió corriendo espantado por el grito, y yo pisé a ese escarabajo arrastrapopó por mal pibe.

Estuve así, viendo todo como una película de Chaplin y sin poder pegar un ojo hasta las 2:59am todos los días por 3 meses y un cuarto. Hasta que un día fui a visitar a un brujo que vive (digo vive porque aún hoy con 279 años sigue fresco como una lechuga) en la loma de la cola atrás de La Colina del León Tuerto, cruzando el Lago de los Marfiles, saltando por el abismo de las Cigüeñas sin alas, doblando a la izquierda por La Curva de los Búfalos Azules y después caminando no se cuántos kilómetros mas y pasando todo tipo de obstáculos con nombres pelotudos que me ponían cada vez mas nervioso.

El 23 de Octubre decidí emprender mi largo viaje a lo de este Brujo cara de ñoqui quemado con todos los chiches. Una tribu amiga me dio una lanza, un escudo hecho con piel de víbora y una cantimplora llena de jugo Tang sabor mango (horrible dado que me lo tomaba a 45ºC). No voy a comentar mi viaje a través del África salvaje que no se ve en Animal Planet porque fue un embole. Era cuestión de caminar y caminar como un zopenco durante días. Una sola vez me crucé con un hipopótamo que me gritaba “Camina Alberto, camina sin cesar”; pero como soy un experto en animales supe que estaba alucinando porque los hipopótamos no hablan, lógicamente; y además yo no me llamo Alberto.

Cuestión que salí de la aldea hecho un guerrero Masai y llegué a lo del Brujo cabeza de aceituna negra arrugada hecho un renacuajo sin fuerzas.

El loco fumeta éste vivía en un árbol tipo el de Rafiki y no tenía nada salvo una foto de su vieja saludando con una sonrisa de teclado de piano destrozado.

Cuando vi el árbol por primera vez, y mientras me iba acercando no sabía con qué me iba a encontrar. Cuando arribo al tronco leo un cartel que dice en letras chuecas: “TOQUE TIMBRE”. Pensé que me estaban haciendo una joda, y como no encontré ningún timbre me levanté la remera y me toqué un timbre. Inmediatamente se me aparece en la cara el Brujo colgando de una liana dado vuelta. Me pegué tal susto al ver la cara de globo desinflado en mis narices que pegué otro grito de mina que me comprometió, y el escuálido me encajó un bofe en la cara que me dejó lagrimeando. Ahí nomás me dijo que con esa actitud no iba a recuperar mi vista con colores. ¡El viejo loco ya sabía para qué había ido! Charlamos, tomamos unos mates con unos Don Satur muy buenos y me dijo que para curarme de la mirada del mandril tenía que preparar una poción y que para prepararla yo tenía que conseguirle una flor que sólo crecía cuando nevaba en África, un cuerno de rinoceronte y paradójicamente, uno de esos escarabajos que hacen pelotitas con popó.

Lo del rinoceronte fue muy fácil, el escarabajo me costó un poco más; pero la florcita esa ni en pedo la conseguía. Viejo sabandija, en África no nieva un carajo.

Bueno, agarré mis ingredientes y retomé camino a lo del Brujo (por cierto creo que se llamaba Turd, que quiere decir sorete), cuando estoy llegando me lo veo al mequetrefe este tomando sol en una reposera y parecía un helado de chocolate derritiéndose. Le entrego las boludeces que me había pedido y el descarado me pregunta: “¿Y la flor?”. Casi lo cago a trompadas; ¡era tremendo el negro ese!

“Bueno, bueno, no te calientes” me dice. “Te la hago igual pero no va a ser lo mismo sin la flor.”

“Dale Brujo, preparame la poción que me quiero ir a la mierda.”

Pone el cuerno del rinoceronte en una marmita, le agrega no se qué cosas raras que tenía por ahí guardadas y se pone a revolver. “Listo”

“¡Listo tu vieja!”; “¿Para qué me pediste el escarabajo?”

“Ah no, ese es porque si no se me junta todo el popó atrás del árbol y el escarabajo que tenía antes se me escapó”

¡Que viejo astuto! Ya entiendo por qué le decían Turd.

Bueno, me ofrece la sopa y cuando la voy a tomar… ¡El mismo gusto que el Tang de mango e igual de caliente! Por suerte funcionó y empecé a ver los colores de vuelta.

Tomamos otros mates con esos Don Satur, ¡sublimes los Don Satur!; charlamos de la vida, estrechamos las manos y me fui. En el camino de regreso me cruzo de vuelta con un hipopótamo, pero esta vez era verde. Creí que estaba alucinando de vuelta, pero no. Ahí me di cuenta que era daltónico. Si hubiese conseguido la flor tal vez hubiese quedado diez puntos. Pensé en volver a lo del viejo para que me arregle pero pensé “ya fue; además no me queda mas Tang.” Y bueno volví a mi casa siendo daltónico, pero por lo menos ahora me puedo dormir a cualquier hora. Eso es un placer…

Esto fue hace ya 12 años, y todavía a veces sueño con el Brujo que me curó del mandril ese y me acuerdo que nunca le agradecí. Pobre viejo, pero estaba chocho ahí en su arbolito sin que nadie lo joda. A veces también sueño con el hipopótamo que me grita “Camina Alberto, camina sin cesar”; pero se que es un sueño, porque los hipopótamos no hablan, lógicamente; y además yo no me llamo Alberto.


-El Viejo Brujo-

-Yo en mi viaje a lo del Brujo-

-Uno de esos escarabajos que hacen bolitas de popó

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